Siendo antiindividualista, el sistema de vida fascista pone de relieve la importancia del Estado y reconoce al individuo solo en la medida en que sus intereses coinciden con los del Estado. Se opone al liberalismo clásico que surgió como reacción al absolutismo y agotó su función histórica cuando el Estado se convirtió en la expresión de la conciencia y la voluntad del pueblo. El liberalismo negó al Estado en nombre del individuo; el fascismo reafirma los derechos del Estado como la expresión de la verdadera esencia de lo individual. La concepción fascista del Estado lo abarca todo; fuera de él no pueden existir, y menos aún valer, valores humanos y espirituales. Entendido de esta manera, el fascismo es totalitarismo, y el Estado fascista, como síntesis y unidad que incluye todos los valores, interpreta, desarrolla y otorga poder adicional a la vida entera de un pueblo (...).
El fascismo, en suma, no es solo un legislador y fundador de instituciones, sino un educador y un promotor de la vida espiritual. No intenta meramente remodelar las formas de vida, sino también su contenido, su carácter y su fe. Para lograr ese propósito impone la disciplina y hace uso de su autoridad, impregnando la mente y rigiendo con imperio indiscutible (...)”.
Fuente Nº 1: Benito Mussolini, La doctrina del fascismo, 1932.
El texto adjunto corresponde a La doctrina del fascismo, escrito atribuido a Benito Mussolini que circuló en Italia en el año 1932 y en el que se sientan las bases ideológicas del Estado fascista. Según la información contenida en la cita, es posible afirmar que uno de los aspectos centrales del fascismo fue: